La muerte del actor Robin Williams nos ha dejado un sabor amargo, ya son dos actores este año que nos abandonan voluntariamente, quitándose la vida, con un legado bajo el brazo tanto profesional como vital. En febrero Philip Seymour Hoffman, moría a consecuencia de una sobredosis y seis meses después el cómico Robin Williams. Me resulta algo hipocrita que durante la vida de una persona no cuidemos, ni admiremos su trabajo, y cuando ocurre la tragedia de su suicidio todo el mundo se suba al barco de la amistad.
Habrá de todo, despedidas sinceras e incluso dolorosas, y la obligación de mostrarse afectado. No debería ser así, el respeto por el fallecido debería ir por delante de las apariencias públicas.
Todo el mundo del espectáculo ha dado el pésame a su familia y amigos, y puede que sean sentidos, ya que Robin Williams era el payaso de Hollywood, un tierno y comprometido payaso. Nadie odia a los payasos, porque tienen tanto de llanto que es lo que nos produce risa. Lo que no sabíamos es que ese llanto para él fuera de verdad.
Los fracasos de Robin Williams en el cine, son los que le han dado fuerza para brindarnos papeles memorables y brillantes, y por eso son tan valiosos. Podría hacer un elenco de brillantes interpretaciones sobre todo en comedia, pero prefiero ponerme a ver Hook.